Junto al camino, la boca de una calera habla de aquel vivir de subsistencia. Traían piedra de cal, la cocían, la apagaban. Sabían de tiempos y temperaturas. Testigos de esos acuerdos y esperas son los muros de las casas, de la alberca, de la molina. Y más muros habría de no ser por aquellos años en los que el llamado progreso de hormigón y fácil azulejo distrajeron la atención del cuidado de terraos de caña y tarquín que, como en tantos otros lugares, se vinieron abajo. Hoy, mantener vivo, restaurar y seguir alimentando lo que quedó a salvo de tanto naufragio es nuestra tarea cotidiana. |
Junto al camino, la boca de una calera habla de aquel vivir de subsistencia. Traían piedra de cal, la cocían, la apagaban. Sabían de tiempos y temperaturas. Testigos de esos acuerdos y esperas son los muros de las casas, de la alberca, de la molina. Y más muros habría de no ser por aquellos años en los que el llamado progreso de hormigón y fácil azulejo distrajeron la atención del cuidado de terraos de caña y tarquín que, como en tantos otros lugares, se vinieron abajo. Hoy, mantener vivo, restaurar y seguir alimentando lo que quedó a salvo de tanto naufragio es nuestra tarea cotidiana. |
Junto al camino, la boca de una calera habla de aquel vivir de subsistencia. Traían piedra de cal, la cocían, la apagaban. Sabían de tiempos y temperaturas. Testigos de esos acuerdos y esperas son los muros de las casas, de la alberca, de la molina. Y más muros habría de no ser por aquellos años en los que el llamado progreso de hormigón y fácil azulejo distrajeron la atención del cuidado de terraos de caña y tarquín que, como en tantos otros lugares, se vinieron abajo. Hoy, mantener vivo, restaurar y seguir alimentando lo que quedó a salvo de tanto naufragio es nuestra tarea cotidiana. |