La orilla del mar se encuentra a tres kilómetros del cortijo. La playa de la población de Cabo de Gata es una línea continua de arena desde Almería hasta el Cabo, siendo más frecuentada por los bañistas y paseantes la zona entre la población de San Miguel y el Cabo, unos seis kilómetros de arena continua flanqueados por el mar a un lado y Las Salinas al otro. Así, a un lado se bañan los humanos, al otro los flamencos y una importante variedad de aves migratorias. |

La sensación de contrastes que se adivinan desde el cortijo invita pronto a descubrir el entorno cercano.
La falda de la Sierra de Cabo de Gata cae mansamente hacia poniente, en constante persecución de un sol que tras desaparecer sobre las estribaciones de Sierra Nevada sigue llenando de luz cielo, playas y barrancos. Esta mansedumbre de aluvión, en la que se asientan Las Salinas, donde anidan y descansan multitud de aves migratorias, se rompe sorpresivamente en el cabo, que irrumpe escarpado sobre el Mediterráneo, como buscando su áfrica perdida. Allí, el Durmiente se despereza y anuncia el comienzo de una fiesta volcánica, caótica. Lo que hasta ese punto es paseo, se torna en subida de fuerte pendiente. La alargada playa rompe bruscamente en pequeñísimas calas flanqueadas por barrancos que en su desembocadura dejan al descubierto minerales de un colorido cambiante a cada paso.
Todas las calas, rocosas o de arena, ofrecen un fondo marino limpio y transparente. En el Cabo se puede disfrutar de uno de los paisajes submarinos más admirados, un lugar para charlar con los peces. Nadie venga sin gafas de snorkel.
Un paseo en barca por la costa permitirá una inolvidable visión de los contrastes litorales de este enclave, que en pocos metros pasa de playa interminable a diminuta cala, de sosegado a volcánico.
La falda de la Sierra de Cabo de Gata cae mansamente hacia poniente, en constante persecución de un sol que tras desaparecer sobre las estribaciones de Sierra Nevada sigue llenando de luz cielo, playas y barrancos. Esta mansedumbre de aluvión, en la que se asientan Las Salinas, donde anidan y descansan multitud de aves migratorias, se rompe sorpresivamente en el cabo, que irrumpe escarpado sobre el Mediterráneo, como buscando su áfrica perdida. Allí, el Durmiente se despereza y anuncia el comienzo de una fiesta volcánica, caótica. Lo que hasta ese punto es paseo, se torna en subida de fuerte pendiente. La alargada playa rompe bruscamente en pequeñísimas calas flanqueadas por barrancos que en su desembocadura dejan al descubierto minerales de un colorido cambiante a cada paso.
Todas las calas, rocosas o de arena, ofrecen un fondo marino limpio y transparente. En el Cabo se puede disfrutar de uno de los paisajes submarinos más admirados, un lugar para charlar con los peces. Nadie venga sin gafas de snorkel.
Un paseo en barca por la costa permitirá una inolvidable visión de los contrastes litorales de este enclave, que en pocos metros pasa de playa interminable a diminuta cala, de sosegado a volcánico.
“Escucha este susurro, es la brisa, la roca recordándote que antes fue magma. El norte anda desaparecido y, al sur, no hay más sur, todo es agua y naufragio. Viniste al límite, donde habita apenas el rumor volcánico con que el aire peina barrancos y espartos. Monodia azul de cigarras, luz mineral de la tarde, aves de pausado vuelo anunciando largo viaje. Metrónomo en tempo de noria, sedienta escucha. Memoria.” (Palabras para el Parque, escuchadas en el cortijo en la primavera de 2013) |

El Parque existe, sobre todo, por lo imposible que resultaba hace no muchos años llegar a él con un camión de ladrillos. Los ojos de Juan Goytisolo, último cronista viajero de estos parajes, encontraron un modo de vida que a muchos nativos no gusta recordar. Pero es de justicia señalar que fue precisamente aquella pobreza relatada en viaje de autobús interminable y caminos pedregosos, la que verdaderamente permitió que los tentáculos del desarrollismo no alcanzaran este lugar del sur. El Parque permite ahondar, disfrutar de esa ausencia de progreso, de ese estado natural de las cosas antes que a ellas llegaran intereses y letreros.
Una gran cantidad de senderos permite saborear paisajes de rambla, cortijadas abandonadas, hoyas volcánicas, barrancos llenos de tanta sequía como de asombrosa vida, jardines de palmitos, alfombras de espartos meciéndose en silencio para estremecimiento del paseante. Si han caído cuatro gotas, el reverdecimiento del paisaje es casi milagroso.
En otoño, bendita luz de octubre, todas estas maravillas se saborean mejor. En invierno y primavera temprana, se puede caminar largamente sin temer al rayo solar.
Contamos con gusto a nuestros viajeros los lugares de especial interés, preferimos hacerlo de tú a tú, nos parece imprudente divulgar la belleza de rincones que pierden su encanto, cuando no directamente peligran, al ser proclamados a los cuatro vientos.
Mientras tanto, pueden consultar información fiable en los siguientes enlaces:
Cabo de Gata Junta de Andalucía (clic en senderos: mapa, duración, dificultad,...) Parque Natural
Hay viajeros a los que les falta tiempo para visitar calas y barrancos. Otros prefieren ir pronto a la ciudad.
A veinticinco minutos del cortijo, Almería se ofrece abierta al mar y a visitantes. La vista de la ciudad desde La alcazaba permite comprender muchas cosas. Recorriendo La Almedina surgirán muchas inesperadas preguntas. Callejeando por el casco viejo, aparecerán lugares donde saborear tapas que ayudarán a comprender de nuevo. En Almería, los asuntos profundos se ventilan con cerveza y gibia a la plancha; los ligeros, con cerveza y migas, que nunca aparecen solas. Puede ocurrir que, llegada la hora de comer, uno descubra haber comido ya.
Merece la pena seguir preguntándose en los pasillos de Los Refugios de la Guerra Civil. Al mirar después la calma del Paseo o del puerto se vuelve a comprender qué bonito es poder pasear libremente por las calles de una ciudad en paz. Almería toca las dos memorias, la árabe y la cristiana, nadie regresa intacto.
A veinticinco minutos del cortijo, Almería se ofrece abierta al mar y a visitantes. La vista de la ciudad desde La alcazaba permite comprender muchas cosas. Recorriendo La Almedina surgirán muchas inesperadas preguntas. Callejeando por el casco viejo, aparecerán lugares donde saborear tapas que ayudarán a comprender de nuevo. En Almería, los asuntos profundos se ventilan con cerveza y gibia a la plancha; los ligeros, con cerveza y migas, que nunca aparecen solas. Puede ocurrir que, llegada la hora de comer, uno descubra haber comido ya.
Merece la pena seguir preguntándose en los pasillos de Los Refugios de la Guerra Civil. Al mirar después la calma del Paseo o del puerto se vuelve a comprender qué bonito es poder pasear libremente por las calles de una ciudad en paz. Almería toca las dos memorias, la árabe y la cristiana, nadie regresa intacto.